Mucho se habla de las prácticas pedagógicas, del logro de aprendizajes y de cómo la figura del director apoya al proceso educativo partiendo del diagnóstico sin embargo, en el quehacer cotidiano y ante las múltiples demandas e implicaciones de los centros educativos, la realidad es distinta, imaginen una realidad en la que los alumnos acuden al director para solicitar papel higiénico, al mismo tiempo un par de madres de familia hacen la contabilidad de los ingresos de caja manifestándole un par de dudas, una docente ingresa apurada preguntando si ya puede dar el toque de recreo, un directivo Usaer que espera a la puerta de dirección para entrevistarse con el director, dos alumnos de preparatoria que acuden a realizar su servicio social, un sistema que se cierra si el director deja de capturar datos que le solicitaron capturar una semana anterior pero en otro sistema, es decir, esto nos pone a pensar en qué momento dejé de ser director técnico.
El análisis del aprendizaje de los alumnos se limita a realizar una revisión mensual y lectura de guías otorgadas por la SEP que reflejan ávidamente el deseo de promover dinámicas y ejercicios que orienten al colectivo, lo pongan en medio del análisis con evidencias y que apoyen al director en la búsqueda de resultados en el logro y avances de sus alumnos, pero de unos cuantos, sobre todo de los que están en riesgo. El acompañamiento en el aula, se ve desplazado por la figura de un director ejecutivo, jefe de operaciones o director de operaciones.
Una cosa es cierta, los directores somos elementales para conducir a nuestras instituciones a niveles superiores de aprendizaje y necesitamos generar las condiciones que faciliten este proceso pero también es cierto que no podemos hacerlo solo con propios recursos y aún así tenemos que hacerlo.




